Deseo compartir con ustedes, nuestros
lectores, este artículo publicado en el Diario La Prensa el 2 de Julio de 2014,
cuyo autora, Mireya de Monroy, es mi tía.
Mi país, Panamá, después del último
quinquenio político, ha quedado, por un lado, con muchas esperanzas ante el nuevo
gobierno recien instalado; pero por otro, con una serie de conceptos políticos
severamente distorcionados y trastocados, tras la usanza corrupta y malévola de
quienes han mal ejercido las funciones de gobierno. Temo mucho que estos malos conceptos echen
raíces profundas en la mente de las generaciones más jóvenes, y la hecatombe
social siga tomando cuerpo.
Tía Mireya es una dama chiquita de
estatura, pero inmensa de corazón, y de carácter e integridad moral. Su artículo es muy profundo, pero fácil de
leer, y provoca una importante reflexión interior.
Ahora es necesario hacer reflexiones
y recomendaciones para evitar que los excesos políticos sigan haciendo daño a
nuestra sufrida patria.
La democracia es el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Si estos principios básicos se
soslayan, se pierde la esencia básica del sistema de gobierno.
No puede confundirse Estado con
gobierno. Los gobiernos pasan, son transitorios, pero el Estado permanece
inalterable. Los funcionarios trabajan para el funcionamiento del Estado, no
están al servicio de los gobernantes. No son tampoco una tuerca del engranaje
del gobierno; deben actuar como seres pensantes, con la obligación de hacer que
el Estado funcione, aunque los gobernantes fallen o magnifiquen su misión.
Solo así el Estado es hegemónico y
trascendente, conserva su primacía como elemento principal de la nacionalidad y
preserva la génesis y función de la democracia.
Todo funcionario está sujeto a la
rendición de cuentas, por lo que la ley debe ser un marco respetado, temido y
rector de las actuaciones de los gobernantes.
Los poderes del Estado deben trabajar
armónicamente para que el sistema cumpla con su esencia democrática. Aunque
tengamos un régimen presidencialista, debe existir el respeto a la separación
de los poderes. Solo así el Estado será autónomo y democrático.
El gobierno presidencialista que
caracteriza la gestión pública tuvo en la pasada administración un excesivo
poder y una “particular” forma de gobernar. ¿Los resultados?
Una sociedad convulsionada, abusada,
en la que se perdió el derecho a la privacidad, al valor de la persona y a la
profesionalidad, creando un círculo cerrado en el que el empleado público tuvo
que convertirse en un obsecuente servidor del gobernante.
El torneo electoral fue agresivo,
excesivamente costoso y manipulador de la conciencia ciudadana. Hecatombe de la
que solo nos salvó la sabiduría innata del pueblo panameño.
Sin menoscabar al sufrido pueblo
haitiano, el jurista y pensador panameño Juan Materno Vásquez afirmó una vez
que Panamá caía hacia la “haitianización”. Creo que en la pasada contienda,
esta afirmación adquirió vigencia plena. Hubo excesivos abusos del “cuarto
poder”.
No solamente de aquellos que están
reglamentados para ejercer la delicada misión de informar en función de la
verdad, sino por la marcada incidencia de las redes sociales que cayeron en la
chabacanería, el mal gusto y el irrespeto, así como el abuso del poder del
gobierno que perdió su norte, atacando sin control, en su ilusa tarea de
defender los malos manejos de una administración pública que no siguió ninguno
de los lineamientos que las teorías modernas señalan: la administración estatal
es una experiencia científica, no una función sujeta a los requerimientos
políticos partidistas.
Le toca ahora al nuevo presidente
rescatar la dignidad y respeto del cargo para el que fue electo. Le toca
también demostrar al pueblo que esta vez, por fin, no nos equivocamos al votar,
le toca salvar muchas cosas: el derecho a la salud, a la vida, a la integridad
de las personas, no importa su credo, su etnia, su ideología o su sexo. Y más
que nada, debe proporcionar al pueblo una educación de calidad, sin
estridencias mediáticas, pluricultural y laica, para que el estudiante panameño
luche contra la masificación, al adoctrinamiento y vuelva a valorar la función
primordial del docente, de la autoridad ministerial y estatal, guiándose por lo
que el pensamiento, nuestra máxima propiedad, los oriente, con conciencia
crítica, para participar activamente en un mundo competitivo y en constante
desarrollo.
Buen gobierno, presidente Varela. La
historia lo situará en el peldaño adecuado después de la función que ahora
comienza.
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