sábado, 5 de julio de 2014

Expectativas ante el nuevo gobierno

Deseo compartir con ustedes, nuestros lectores, este artículo publicado en el Diario La Prensa el 2 de Julio de 2014, cuyo autora, Mireya de Monroy, es mi tía. 
Mi país, Panamá, después del último quinquenio político, ha quedado, por un lado, con muchas esperanzas ante el nuevo gobierno recien instalado; pero por otro, con una serie de conceptos políticos severamente distorcionados y trastocados, tras la usanza corrupta y malévola de quienes han mal ejercido las funciones de gobierno.  Temo mucho que estos malos conceptos echen raíces profundas en la mente de las generaciones más jóvenes, y la hecatombe social siga tomando cuerpo.
Tía Mireya es una dama chiquita de estatura, pero inmensa de corazón, y de carácter e integridad moral.  Su artículo es muy profundo, pero fácil de leer, y provoca una importante reflexión interior.


 Panamá es un país que vive inmerso en la política partidista por espacios excesivos de tiempo que obstaculizan la función primordial del gobierno: lograr una función pública coherente, clara y racional, que tenga como meta el bien común de todos los asociados. Esta es la esencia democrática que sustenta el poder popular, en busca de una salida a la crisis moral, institucional, política y económica que quebrantó el estado de derecho que habíamos recobrado gracias a una lucha civilista.
Ahora es necesario hacer reflexiones y recomendaciones para evitar que los excesos políticos sigan haciendo daño a nuestra sufrida patria.
La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Si estos principios básicos se soslayan, se pierde la esencia básica del sistema de gobierno.
No puede confundirse Estado con gobierno. Los gobiernos pasan, son transitorios, pero el Estado permanece inalterable. Los funcionarios trabajan para el funcionamiento del Estado, no están al servicio de los gobernantes. No son tampoco una tuerca del engranaje del gobierno; deben actuar como seres pensantes, con la obligación de hacer que el Estado funcione, aunque los gobernantes fallen o magnifiquen su misión.
Solo así el Estado es hegemónico y trascendente, conserva su primacía como elemento principal de la nacionalidad y preserva la génesis y función de la democracia.
Todo funcionario está sujeto a la rendición de cuentas, por lo que la ley debe ser un marco respetado, temido y rector de las actuaciones de los gobernantes.
Los poderes del Estado deben trabajar armónicamente para que el sistema cumpla con su esencia democrática. Aunque tengamos un régimen presidencialista, debe existir el respeto a la separación de los poderes. Solo así el Estado será autónomo y democrático.
El gobierno presidencialista que caracteriza la gestión pública tuvo en la pasada administración un excesivo poder y una “particular” forma de gobernar. ¿Los resultados?
Una sociedad convulsionada, abusada, en la que se perdió el derecho a la privacidad, al valor de la persona y a la profesionalidad, creando un círculo cerrado en el que el empleado público tuvo que convertirse en un obsecuente servidor del gobernante.
El torneo electoral fue agresivo, excesivamente costoso y manipulador de la conciencia ciudadana. Hecatombe de la que solo nos salvó la sabiduría innata del pueblo panameño.
Sin menoscabar al sufrido pueblo haitiano, el jurista y pensador panameño Juan Materno Vásquez afirmó una vez que Panamá caía hacia la “haitianización”. Creo que en la pasada contienda, esta afirmación adquirió vigencia plena. Hubo excesivos abusos del “cuarto poder”.
No solamente de aquellos que están reglamentados para ejercer la delicada misión de informar en función de la verdad, sino por la marcada incidencia de las redes sociales que cayeron en la chabacanería, el mal gusto y el irrespeto, así como el abuso del poder del gobierno que perdió su norte, atacando sin control, en su ilusa tarea de defender los malos manejos de una administración pública que no siguió ninguno de los lineamientos que las teorías modernas señalan: la administración estatal es una experiencia científica, no una función sujeta a los requerimientos políticos partidistas.
Le toca ahora al nuevo presidente rescatar la dignidad y respeto del cargo para el que fue electo. Le toca también demostrar al pueblo que esta vez, por fin, no nos equivocamos al votar, le toca salvar muchas cosas: el derecho a la salud, a la vida, a la integridad de las personas, no importa su credo, su etnia, su ideología o su sexo. Y más que nada, debe proporcionar al pueblo una educación de calidad, sin estridencias mediáticas, pluricultural y laica, para que el estudiante panameño luche contra la masificación, al adoctrinamiento y vuelva a valorar la función primordial del docente, de la autoridad ministerial y estatal, guiándose por lo que el pensamiento, nuestra máxima propiedad, los oriente, con conciencia crítica, para participar activamente en un mundo competitivo y en constante desarrollo.

Buen gobierno, presidente Varela. La historia lo situará en el peldaño adecuado después de la función que ahora comienza.

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