lunes, 23 de mayo de 2011

SERIES - Virtudes y Valores - Musicalidad


De tantas y tantas virtudes y valores sobre los que se puede escribir, a veces dejo de lado los más comunes y conocidos, como pueden ser la honestidad, la honrandez o la bondad, para irme por algo más subliminal o abstracto en el plano humano. Musicalidad es una virtud. Al igual que otras virtudes, esta se desarrolla con la práctica y el interés, pero específicamente, cuando de musicalidad se trata, extraña y egoístamente, también se nace con ella (o no).


La música como virtud obedece a múltiples factores, como lo son, fundamentalmente, el ritmo, la armonía, el orden, la métrica, la afinación, y más sublimemente, el oído, el arte, el sentido de mensaje, la expresividad, la interpretación, la inspiración, la pasión, y por supuesto, el gusto de cada quien.


La música es el lenguaje universal. Muchas composiciones trascienden y perduran a lo largo de siglos, por lo cual se considera a la música como un legado universal; como parte de la cultura y del arte; un patrimonio valioso y humano en cada país y cada cultura del mundo.


En nuestra reciente visita a la ciudad de París, fuimos testigos Concepción y yo de muchos interpretes y artistas urbanos que tocan instrumentos y producen música en la calle, alrededor de monumentos y sitios famosos, y en el metro, no solo para obtener algo de sustento económico, sino además por amor al arte, para practicar, entretener y adornar. Pero de estas experiencias, la que más me impresionó y me emocionó fue el formidable ensayo de una camerata (orquesta de cámara) en una estación del metro. Pusimos en pausa nuestro viaje por al menos quince minutos para aprovechar esta enriquecedora y melódica oportunidad. Era fenomenal y emocionante observar cómo muchas otras personas detenían su paso también.


Ahora me siento obligado a describir lo que es una camerata. Sobretodo en épocas del renacimiento, los compositores de la época producían música de salón, que eran interpretadas por pequeñas orquestas de cuerdas, superior en número a un cuarteto o quinteto. La que disfrutamos en el metro de Paris estaba compuesta de dos “primeros” violines, dos “segundos” violines, dos violas, un violoncello, y un contrabajo. Interpretaban principalmente piezas de compositores barrocos, como Bach y Vivaldi, aunque también al clásico Mozart.


Sublime es poder captar el mensaje, la intensión, la técnica, los matices, y todos los detalles que componen una obra maestra pictórica, cuando vamos a museos de bellas artes. Igualmente meritorio y elevado es el poder entender música; su época, su mensaje, su rítmica, su majestuosidad, su romanticismo, su humanidad, su historia, y su interpretación. También sus matices, sus técnicas, cada uno de sus intrumentos, y su género y universalidad. Para ello se necesita, no solo de algo de cultura, sino también aptitud musical. Quienes demuestran y poseen esta aptitud desde muy jóvenes se les llaman prodigios. Quienes la desarrollan a niveles privilegiados y excepcionales se les llaman virtuosos. Piensen en estos conceptos y en la interacción de esta virtud con otras virtudes y valores humanos la próxima vez que escuchen una pieza musical. Con ello, su ritmo, su armonía, su dimensión, sus sensaciones, y su mensaje. Escuchemos con el alma y valoremos el regalo de la música.

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