martes, 17 de mayo de 2011

¡PARIS! ¡Para el mundo!


Evidentemente, Concepción y yo nos encontramos de vacaciones; nuestras vacaciones anuales, en las que hemos visitado, por barco (Royal Caribbean Grandeur of the Seas) el Caribe (Isla de Curaçao), las Antillas Menores (Barbados), cruzado el Océano Atlántico (6 días), visitado un mundo relativamente lejano (Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias), islas glamorosas (Palma de Mallorca), y luego volado a una vieja amiga, elegante, amable y materna, ciudad que ambos adoramos y que me vió nacer: Madrid.


De nuestra Madrid, más bella que nunca, volamos a una ciudad nueva para los dos. Antigua y enorme para la humanidad, Paris ha entrado cual flecha certera de Cupido en el corazón de estos dos pro mundi panameños. Es la parada casi final de nuestras vacaciones de un mes (una noche en Miami no cuenta). Seamos honestos: Paris es complicado. A los franceses les gusta, mientras más complicado, mejor. Pero ¿Qué es la vida sin un poco de sal y pimienta? Paris.. ¡lo vale!


Arribamos al medio día. Por conveniencia, elegimos un hotel no muy parisino: el Marriott Courtyard Paris Neuilly. Es amplio, cómodo y conveniente. En seguida salimos a caminar. Señoras y señores ¡en Paris se camina! No aguantamos la tentación, y caminamos por Avenue Charles De Gaulle hasta el Arco del Triunfo. Luego por Avenue Des Champs Elysees, y nos desviamos hasta la ponderada y universalmente conocida torre Eiffel. Es una sensación parecida al abrir los juguetes dejados por Santa Claus el 25 de Diciembre en la mañana. Pero más que eso, es no poder esperar a empezar a absorber el romance y el encanto del ambiente parisino. Es una frecuencia sensacional, un banquete para la vista y los sentidos, y un deleite para la cultura y el entendimiento, que capta inmediatamente que estamos ante un legado riquísimo y singular de historia y desarrollo de la civilización humana.


Por otro lado, se trata de una ciudad inmensa; una de las grandes ciudades, no solo por su caudal cultural, sino también por su colosal tamaño. Y cuando el tamaño si importa, es porque ofrece dentro de si tantos puntos de interés, y distintos ambientes y sintonías, sabores y colores. El segundo día, domingo, fuimos a la basílica del Sagrado Corazón. Ignoramos si este templo alberga alguna reliquia santa, pero si se siente como un santuario, y en efecto, ha sido visitada por todos los papas de todos los tiempos, y Su Santidad Juan Pablo II lo denominó un lugar santo. Se siente en el ambiente. A nosotros nos cautivó y nos conmovió. Añadido a su formidable espiritualidad, es destacable el hecho de que se encuentra en una elevada colina (Montmatre), y ofrece una vista impresionante de la ciudad. En sus laderas y en sus escalinatas, miles de personas se sientan a respirar su aire puro, a propiciar tiempo en familia o en pareja, y a merendar. Concha y yo hicimos lo propio, al aire libre, con nuestra botella de vino del Ródano, nuestros emparedados, aceitunas, y una bolsa de papitas. Pero luego de visitar el enorme templo, y sintonizarnos con su ambiente espiritual, caminamos la villa que lo rodea, y nuevamente entramos en el ritmo romántico y sensorial de París, con sus tienditas, su música, sus cafés, y sus miles de personas pasando el tiempo y haciendo conversación y vida buena. Es el lugar perfecto para un domingo en la tarde.


Afortunadamente estaremos aquí 9 días. Lunes, fuimos al magistral Museo del Louvre, y en la noche, visitamos la Torre Eiffel desde el atardecer hasta muy tarde. Hoy es martes. Seguiremos compartiendo experiencias e impresiones sobre este lugar del mundo, tan fenomenal.

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